En la mesa del comedor, acomodada como segundo, o quizás tercer escritorio, encontramos un montón de papeles desordenados, que a su vez, conforman una estructura perfectamente razonable, pero que solo ella conoce. Entre esa montaña de hojas manuscritas y pasadas a máquina, encontramos un dossier de tapas rojas y duras con aspecto impecable. Se trata de su próxima presentación oral, una propuesta innovadora y creativa, tal y como sus profesores pidieron semanas atrás. A pesar de que la universidad se ha convertido en un lugar plagado de muchedumbres sin ganas de nada, ella sigue creyendo en su objetivo: crecer, aprender, formarse.
Es una chica joven, de unos veintitantos. No es ni alta, ni baja. De pelo rubio oscuro, de ojos grandes y marrones, de nariz puntiaguda y labios gruesos. Seguramente, ella destacaría sus imperfecciones, como ese segundo dedo del pie, más largo que el primero, o esa peca marcada que tiene dibujada en la mejilla derecha. Pero en realidad, son los pequeños detalles que la hacen diferente al resto. Y, aunque lo tiene muy escondido, se siente orgullosa de ellos. La mañana se despierta perezosa, pero dos tonos del despertador bastan para que se arranque las sábanas y se levante de la cama. Una vez más, se plantea el porqué cuesta tanto separarse del colchón. Según sus teorías, esta vida necesita unos retoques. Uno de ellos sería intercambiar la sensación fría e incómoda justo antes de meterse en la cama una noche de invierno, por esa pereza constante de las mañanas, en las que el calor y el sueño provocan que uno no quiera empezar el día. Así no se puede. Pero el mundo no le hace caso, así que su conciencia la obliga a levantarse. Se dirige al cuarto de baño, se observa en el espejo y se aclara la cara con agua fría. Todavía quedan horas antes de la presentación, pero para ella es muy importante sentirse totalmente despierta, para dar el máximo de todo su intelecto. Para ello, pronto acompañará su mano de un café humeante, esperando que la cafeína pronto cumple su propósito. El calor entela el cristal, sin dejar entrever que se esconde al otro lado. Por un momento, quiso pasar la mano y borrar la neblina, pero finalmente, resigue su nombre en letra redondeada. Solo las letras permitirán observar el exterior, aunque el efecto dura solo unos instantes.